Juegos Tradicionales (Primera Parte).
Con el avance tecnológico de hoy en día es muy difícil que se
pueda regresar a los juegos que entretenían a los niños en el pasado,
particularmente los párvulos de esta zona del páramo merideño. Sin embargo, es
bueno recordar algunos de ellos para que sirvan de contraste con los que se
practican en la actualidad como la manipulación de aparatos electrónicos, donde
el ejercicio físico y la socialización no cuentan para nada. Nos ubicamos en la
segunda mitad del siglo XX, en especial en los años 60, cuando pudimos
presenciar y ejecutar algunos de los juegos que iremos refiriendo.
Caballos de
carruzo. Era una forma que tenían los
niños de imitar a los adultos en la manera de transportarse, pues en la época
que estamos citando todavía se observaban muchos jinetes por las calles, además
de observar a los rancheros de las películas mexicanas. Cada niño soñaba con
tener su cabalgadura y sus deseos e imaginación se concretaban al cortar un
carruzo acorde con el tamaño del jinete, le colocaban una cabuya en una de las
puntas a manera de riendas y ya montado a horcajadas sobre el “animal” la otra
punta iba arrastrando por el suelo levantando una gran polvareda. En ese
“transporte” se conducían los chiquillos hasta las bodegas para hacer los
mandados. Además, era común observar grupos de estos “jinetes” corriendo por
las calles desoladas, compitiendo o jugando a los bandidos. No faltaba quien
llenaba de adornos adicionales y le colocaba un nombre a su cabalgadura.
La cebolla. Este era un juego de grupo. Uno de los niños abrazaba fuerte un
pilar de la casa, un poste de la luz o
un árbol. Se colocaba en cuclillas, luego, llegaba otro niño y se
entablaba el siguiente diálogo:
--¿Tiene cebolla (cebollín)?
El que estaba agarrado del objeto respondía:
---Sí.
--- ¿A qué precio?
--- A tanto (valor del cebollín para ese momento).
---Voy a llevar un kilo.
---Está bien, arránquela usted mismo.
El comprador
halaba al otro niño por la cintura y tiraba con fuerza para tratar de que se
soltara del objeto que estaba agarrado, si no podía hacerlo, entonces se
colocaba detrás de él y lo tomaba de la cintura con las dos manos, tal como
estaba haciendo el otro con el poste. Luego venía el siguiente niño y entablaba
el mismo diálogo y halaba al segundo, de no lograr que se zafaran se colocaba
detrás de éste, el juego continuaba hasta que llegaba alguien que después de
halar pudiese “romper” uno de los eslabones de la cadena formada, entonces éste
se declaraba ganador.
Trompo. Además de la famosa Troya de Mutús que se relatará en otro
momento, para los días cercanos a la Semana Santa se “picaban” (realizaban)
troyas a cada momento donde los perdedores tenían que pagar con “quinies” su
derrota, esto consistía en dejarse golpear el trompo de madera con la punta de
los trompos de los ganadores. En muchas oportunidades el trompo del perdedor
quedaba lleno de huecos o se partía en dos y esta última era la peor forma de
perder.
Pero, el trompo
también era utilizado para otra competencia denominada “sacar plata”: se
colocaban monedas en una raya trazada en el piso, separada unos tres metros de
otra paralela a ella; luego, se bailaba el trompo, mientras estaba girando se
tomaba con una mano y se lanzaba varias veces sobre cada moneda, la punta la
iba desplazando y cuando ya estaba por “apagarse” (terminar de girar) se
golpeaba el disco con la parte superior del juguete. El primero que lograra
sacar su moneda y después las de otro u otros compañeros era el ganador.
Finalmente, no
faltaba quien utilizaba el trompo para hacer un conjunto de suertes como
bailarlo y agarrarlo en el aire o ponerlo a bailar en una uña de la mano.
Metras. Con las metras se realizaban
diferentes juegos como el hoyito, el rayuelo y el tote y jeme. Sobre
cada uno de ellos escribí ampliamente en el libro Frailejón Humo y Neblina, publicado en el año 2000.
Pepas. Es muy probable que este juego sea exclusivo de Pueblo Llano,
además, se jugaba únicamente para los días de Semana Santa. Las pepas eran
semillas de un árbol llamado parapara o paraparo que crece en las zonas cálidas
como Barinas, ciudad desde donde las traían, eran de color negro, más pequeñas
y livianas que una metra o canica normal.
El juego
consistía en hacer “burros” en el suelo con ellas, el “burro” consistía de tres
pepas juntas en forma de triángulo coronadas con otra encima para formar una
especie de pirámide. A una distancia de unos dos metros se colocaban los
jugadores y comenzaban a lanzarle pepas al “burro”, el que lograra tumbarlo
ganaba las cuatro pepas. Las frases “párame un burro”, “le tumbé el burro” eran
muy comunes en esos días.
A comienzo de
semana los niños y jóvenes tenían los bolsillos llenos de las semillas, pero a
medida que transcurrían los días aquellas iban perdiendo su valor y el domingo
de pascua ya las “echaban de juria”, es decir, las lanzaban al aire para que
las tomaran quien quisiera; pero, cuando los niños se arrojaban como locos a
recogerlas, los mayores les lanzaban “pepazos” a diestra y siniestra. Como
vemos, el juego terminaba con mucha violencia, varios niños salían con sus
pepas recogidas pero muy adoloridos.
Había otra forma
de jugar pepas y era con la perinola de Enemesio, se trataba de una especie de
dado lanzado por el personaje y los niños hacían sus apuestas, el ganador se
llevaba todo con excepción de la
“cancha” o el impuesto que le quedaba al dueño del juego. Sobre Enemesio y este
juego hablamos con detalle en el libro citado, Frailejón Humo y Neblina.
Coronita o
carreto. Era un juego que también se
practicaba en Semana Santa, pero para los años 60 ya había entrado en
decadencia por lo tanto se dificulta describirlo, en él participaban varios
jugadores, utilizaban cada uno una esfera de madera, más grande que una metra,
de fabricación artesanal; la misma era
lanzada a su respectivo carreto
(carrete de madera) que tenía una moneda encima (coronita), el jugador que
quedaba más cerca empujaba la metra con la uña del pulgar para tumbar la coronita (moneda), en caso de hacerlo
ganaba un premio mayor, si tumbaba solo el carreto
tenía oportunidad de dirigirse al del contrincante más cercano para efectuar el
mismo procedimiento. Si cada jugador tumbaba su propio carreto el juego se declaraba empate y se volvía a comenzar. Mi sorpresa cuando niño fue ver a dos
adultos, pasados de cincuenta años, jugando coronita,
se trataba de don Amador Paredes Tapia y el Dr. Nicolas de Tolentino
Paredes, seguramente lo hacían a manera de juerga, para recordar sus años de
infancia.
Rafael Ramón Santiago
Cronista Oficial del Municipio Pueblo Llano
Maravilloso recordatorio de épocas infantiles pasadas. Bueno, Rafael, faltó lo que allá en Pueblo Llano se llamaba el Runche, que consistía en una tapa de refrescos, ampliada a punta de martillo, se le abrían dos hoyos y se le insertaba una pita de hilo de pabilo. De aquí se pasaba a las peleas de runche las cuales consistían en trata de romper el hilo del contrario. Las cometas o los papagayos. Cuando llegamos al pueblo después de haber vivido en Nirgua, edo Yaracuy, siempre me caractericé por dominar hasta el hastío el juego de la perinola, en el estilo del martillito
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