domingo, 28 de mayo de 2023



LA CHICHA, UN ELEMENTO DE RESISTENCIA CULTURAL A TRAVES DEL TIEMPO.


 

La utilización de las bebidas fermentadas para acompañar las comidas, para reponer fuerzas o como elemento principal en las celebraciones, siempre ha estado presente en los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. Tal como lo expresa el doctor Liborio Zerpa, citado por don Tulio Febres Cordero1, la mayoría de los pueblos del globo han usado de alguna bebida fermentada; el deseo de un estimulante orgánico ha creado esta necesidad artificial, que se ha unido a la naturaleza de la alimentación y ha pasado luego a ser el enervante obligado en todos los placeres y en todos los dolores.

            Haciendo un recorrido universal en la búsqueda de este tipo de bebida, el autor citado nos indica que los japoneses usan el sake, que es una bebida preparada con arroz diluido y fermentado; la leche hervida con cerveza es el posset de los ingleses; el koumis, fabricado con el suero agrio y fermentado de la leche de yegua, forma la bebida favorita de los Buskirs y de los pueblos normandos; los de Europa central han tenido la vid para la fabricación del vino y los del norte la cebada para elaborar la cerveza; los romanos le daban a la cerveza el nombre de cerevicia, en honor de Ceres, diosa de los cereales.

            Nuestros indígenas americanos no se quedaron atrás en la preparación de bebidas fermentadas, en México utilizaban el agave mexicanum, una sabia azucarada que, evaporada al fuego, produce miel. Ya Humboldt observaba el gran comercio que se generaba en esa región con la bebida popular denominada pulque.

            La presencia del maíz en América ha venido formando parte principal de la dieta diaria y son muchas las formas y manera de consumirlo, no quedando fuera el líquido fermentado “…por germinación o tostamento, el almidón del maíz en azúcar, para preparar la bebida que en general los españoles denominaron chicha2.

            Sobre el origen de la palabra chicha no hay un acuerdo general entre los estudiosos, el autor que venimos citando expresa que “en el idioma chibcha de los pueblos de la Sabana de Bogotá, hay muchas voces cuya terminación y aún radicales son las sílabas cha-chi: como también que suprimida la b de la palabra chibcha, que significa hombre, queda chicha, nombre de la bebida3.

            Don Tulio Febres Cordero nos da su aporte sobre el tema al afirmar que “en varios dialectos hablados por los indios de los Andes venezolanos, se encuentran voces semejantes. Sirvan de ejemplo las siguientes, del dialecto de los indios de El Morro, circunscripción de Mérida, Chikabó, candela (lumbre); chapik, sal; chikibuk, dulce (azúcar), y chijsak, maíz4.

            Sobre la utilización de la chicha ya comentaban los primeros cronistas como Fray Pedro de Aguado, al respecto manifiesta que en 1558, cuando Juan Rodríguez Suárez pasó por el valle de La Grita, rumbo a las Sierras Nevadas, los indígenas que por allí vivían, viendo que se acercaban los españoles “le pusieron en un camino que apartado de ella  (su población) atravesaba adelante por la loma que ahora se sigue para Mérida, por donde forzosamente habían de pasar los nuestros, muchas y muy grandes múcuras o cántaros de chicha y maíz y otras comidas de que ellos usan, y con esto se volvieron a sus pueblos, y lo más cercano, desde donde estaban a la mira, dando de continuo voces5. No sabemos si aquel primer obsequio, de que se tenga noticas, de los indígenas de estas zonas era por cortesía o temor, pero fue muy poco agradecido, pues los europeos entraron a su pueblo a sangre y fuego.

            El consumo de chicha durante la época colonial generó un conjunto de problemas a la Corona española y a sus representantes en América por diferentes motivos. Sobre este particular, el historiador Roger Pita Pico ha escrito un excelente trabajo sobre la ingesta del líquido en la Nueva Granada, actual Colombia, específicamente en la parte nororiental del país, durante el siglo XVIII6.

Nos comenta que la tradición indígena del consumo de chicha ya estaba muy arraigado para el momento de la llegada de los conquistadores, así lo apuntaba el Padre Capuchino Joaquín de Finestrad en 1783 “tienen por bebida la chicha, que es el licor usual entre todos, compuesta de una masa de maíz de una porción adecuada de masato o panela o miel de caña dulce, cuyos ingredientes mezclados y confundidos entre sí con el agua correspondiente, se formaban en unas vasijas que llaman múcuras y a pocos días se prepara una bebida fuerte, corroborativa y muy acomodada al gusto, la cual equivale en estos naturales al vino de la Europa7.

Aunque no había un solo tipo de chicha, “su forma de preparación variaba de acuerdo al clima, al periodo del año y al propósito de su uso, razón por la cual, las crónicas hacían alusión a la existencia de distintos tipos de chicha8.

La mayoría de las veces, gran parte de la chicha elaborada era utilizada como complemento de la alimentación diaria, pues consideraban que servía para darle algún vigor y fortaleza al cuerpo, para reparar las fuerzas a los indígenas durante sus agotadores trabajos debido al “fallecimiento y debilidad que les causa el sudor continuo y copioso cuando están en los trabajos, lo que no conseguirán tomando el agua pura9.

La proliferación de los establecimientos para el consumo de chicha no era bien visto por las autoridades reales, según el trabajo que venimos citando, pues cuando se alargaba el proceso de fermentación la chicha se convertía en una bebida embriagante, muy utilizada por los indígenas para sus celebraciones, por lo tanto, fue objeto de prohibiciones por parte de la Corona y la Iglesia, quienes observaban que los naturales no rendían igual en el trabajo, se producían con frecuencia reyertas o peleas y dejaban de asistir a misa los domingos y algunas veces lo hacían en estado de embriaguez dando un espectáculo muy desagradable dentro del templo.

Concluye el autor su trabajo manifestando que la chicha se convirtió en uno de los mayores mecanismos de resistencia cultural, cuya influencia fue suficientemente demostrada a todo lo largo del periodo en que España mantuvo su poder político en estos territorios, la bebida ayudó a propiciar el mestizaje, pues las chicherías eran sitios de socialización los días de mercado y de fiestas religiosas, de ahí que, la Corona nunca se atrevió a decretar una prohibición perpetua, pues era la salvación para las familias humildes que sobrevivían a expensas de los réditos que les dejaba ese negocio.

El consumo de chicha continuó durante el periodo republicano en Colombia, el cual fue motivo de estudio, como lo expresaba don Tulio Febres Cordero en 1889, por dos distinguidos profesionales en el tema, quienes publicaron sendos tratados: “Estudio químico, patológico e higiénico de la chicha, bebida popular en Colombia” escrito por el doctor Liborio Zerpa y “El Chichismo”, estudio general, clínico y patológico de los efectos de uso y abuso de la chicha en la clase obrera de la ciudad de Bogotá”, del doctor Josué Gómez.

Para finales del siglo XIX, don Tulio Febres Cordero aseveraba que en nuestra zona no se presentaban aquellos problemas serios que ocurrían con el consumo de chicha en Colombia, pues al respecto decía que “nuestra chicha difiere mucho de la de Colombia. Aquí es simplemente un alimento, una bebida agradable e inofensiva, que ni tomada con exceso llegaría a producir la embriaguez, porque no tiene condiciones para ello. Aquí se prepara en menos de tres días, empleando procedimientos muy sencillos que están al alcance de las familias más pobres, mientras en Bogotá, por lo que vemos, se gastan más de veinte días en preparar la chicha de flor, o de primera clase, siendo la fabricación negocio que requiere aparatos especiales y operaciones tan diversas como tardías. Nuestra chicha robustece y no embriaga; es un “chorro de vida” capaz de mover por sí solo toda la máquina del humano organismo. El mal del chichismo no se conoce entre nosotros10.  

Otro destacado historiador de la época, el doctor Julio César Salas, también escribe sobre la forma de elaborar la chicha en esta zona andina merideña, “…unos indios fermentaban previamente el maíz metiéndolo en tierra hasta empezar la germinación, después lo molían y preparaban con él la bebida que nos ocupa; cocíanlo otros previamente y reducido a pasta entre dos piedras formaban con agua un líquido espeso que dejaban fermentar; por último los Jajíes y Mucuñoques hacían que las indias mascasen los granos destinados a la fermentación”11. Por su parte, “los indios Mucus y Cuicas sembraban varias clases de maíz en cuanto al color, blanco, amarillo, rosado y aún violeta obscuro y casi negro, favorito de las tribus Timotes de Santo Domingo y Pueblo Llano, llamado maíz cariaco, que todavía siembran en los Andes…” 12.

Enfocando ahora el tema sobre el municipio Pueblo Llano del estado Mérida, podemos dar testimonio de varios eventos donde se utilizaba la chicha y por otro lado he logrado recoger información oral que complementan las vivencias personales.

En cuanto a la elaboración de la misma no hay gran diferencia a las narraciones antes citadas: el maíz preferido era el llamado “maíz negro” o violeta oscuro, porque según la creencia local producía una chicha más sabrosa. Se desgranaba la mazorca, se molía entre dos piedras, una grande a manera de metate y otra pequeña de forma ovoidal, que se tomaba con una mano y con ella se trituraban y molían los granos, esta segunda piedra recibía el nombre de “mano”. Luego la masa se echaba en un recipiente con agua y panela, se tapaba y se esperaba su fermentación. Los envases utilizados para la efervescencia han variado, llegamos a conocer el tatuco o taparo que, según el informante Hermes de Jesús Santiago, se sacaba de una especie de auyama grande, parecida a un churí que se reproduce en el piedemonte barinés, en un lugar denominado La Valentina, arriba de El Castillo, situado en la carretera La Mitisús-Barinitas. Esperaban que el fruto estuviera completamente maduro, luego a través de un agujero le sacaban la pulpa, lo llenaban con agua para “curarlo” hasta que lograban que formara una concha dura13.

Por otra parte, yo llegué conocer ollas de arcilla con sus respectivas tapas utilizadas con el mismo fin y también los barriles de madera, donde venía el vino, con un propósito similar. Algunos barriles de madera también eran fabricados por artesanos de la localidad, entre ellos el señor Pedro García.

La chicha estaba presente en cualquier evento de la comunidad, cuando había una siembra o recolecta de cualquier rubro local se llevaba en garrafas a los barbechos para ser consumida por los obreros. En los velorios de difuntos, de angelitos o santos, era común brindar a los invitados con este preciado líquido, logramos observar que también se repartía en algunas paraduras de Niño, donde, además del vino, la mantecada y el cigarrillo, obsequiaban un buen vaso de chicha a los asistentes.

Nos contaba el señor Manuel Santiago Díaz, otro informante, que él pudo observar durante la primera mitad del siglo XX que, cuando había un disgusto entre vecinos, por cuestiones políticas, donde unos eran partidarios de los godos o ponchos y otros de los liberales o lagartijos, la autoridad local los llamaba a la reconciliación; la enemistad terminaba cuando los querellantes aceptaban degustar una rica chicha bebiendo ambos de la misma totuma14.

Un informante más, don José de La Cruz Alarcón, nos contaba que en la última semana del mes de diciembre, denominada “semana de locos”, se preparaba en los hogares (denominados ranchos o cuarteles) donde llegaba de visita la agrupación folklórica denominada Locaina del Niño Jesús, varias clases de chicha dependiendo del espesor de la harina molida; la  elaborada con la harina más fina era obsequiada a los denominados “locos”, miembros del grupo citado, y con una harina menos tratada se preparaba un líquido de menor calidad para los acompañantes o “mirones”15.

Corroborando lo que afirmaba don Tulio a finales del siglo XIX, la chicha que se consumía en Pueblo Llano, y todavía se consume, no es embriagante, nunca vimos a nadie ofuscado por su ingesta, solo se consume como una bebida para celebrar, para estrechar aún más los lazos de amistad, familiaridad y reafirmar un legado ancestral que afianza el sentido de pertenencia. Las embriagueces más bien eran causadas por el consumo de aguardiente, que es un tema que se tratará en su debido momento.

Finalizamos indicando que la mayoría de la chicha de nuestro pueblo era elaborada en las viviendas, pues no conocimos ninguna chicherías con las características que se mencionan en los estudios realizados en Colombia, solo conocimos en la década de los años sesenta del siglo XX una venta de chicha y empanadas, además de otros artículos, en la pulpería de la señora Concepción (Concha) Jerez de Santiago, en la avenida Bolívar, entre calles Carabobo y Bella Vista, frente a donde hoy se encuentra un bulevar. De igual manera, al lado de la plaza Bolívar, por la avenida del mismo nombre, también recordamos otra venta de bebida fermentada, en la bodega de Mano Amador, se trataba de un guarapo fuerte, elaborado con conchas de piña, pero este también será tema para otro escrito.

 

Rafael Ramón Santiago

Cronista Oficial del Municipio Pueblo Llano.

 

Notas:

 

(1)  Tulio FEBRES CORDERO. El Lápiz. Coeditado por la Gobernación del estado Mérida, Sala Tulio Febres Cordero y el Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela, 1985. p. 65.

(2)  Ibidem. p. 66.

(3)  Ídem.

(4)  Ídem.

(5)  Fray Pedro de AGUADO. Recopilación Historial de Venezuela. Tomo II. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia Nº 63. Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela. Caracas, Venezuela. p. 392.

(6)  Roger PITA PICO. Sustento, placer y pecado: la represión en torno a la producción y el consumo de chicha en el nororiente neogranadino, siglo XVIII. Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, Volumen 17-2. Disponible en internet.

(7)  Ibidem. p. 150.

(8)  Ibidem. p. 144.

(9)  Ibidem. p. 166.

(10)              Tulio FEBRES CORDERO. El Lápiz. Op. Cit.  p. 66.

(11)              Julio César SALAS. Tierra Firme (Venezuela y Colombia). Estudio Sobre Etnología e Historia. Universidad de Los Andes, Facultad de Humanidades y Educación. Mérida, Venezuela. 1971. p. 52.

(12)              Julio César SALAS. Etnografía de Venezuela. Mérida, Venezuela, 1956. 107.

(13)              Informante: Hermes de Jesús Santiago Santiago, 74 años, Pueblo Llano, 12 de abril de 2022.

(14)              Informante: Manuel Santiago Díaz, 80 años, Pueblo Llano 12 de diciembre de 1978.

(15)              Informante: José de La Cruz Alarcón Rondón, 57 años, Pueblo Llano, 14 de abril de 1978.