LA “SOLTURA” O “LARGADA” DEL GANADO
Por estas latitudes andinas,
el ciclo de las siembras comenzaba en marzo con la llegada de las primeras
lluvias. La mayoría del ganado, una vez herrado, era llevado a pastar a los
páramos para evitar que dañaran las sementeras.
Generalmente se hacían dos
cosechas de papas al año, la segunda se denominaba de atravieso. Con el trigo,
las arvejas y el maíz cuyos ciclos eran más largos solo daba tiempo para hacer una
sola cosecha. Noviembre y diciembre eran tiempos para recoger los frutos, con
la llegada del verano, en el mes de diciembre, los pastos comenzaban a
marchitarse y los animales que deambulaban por los páramos comenzaban a sentir
los rigores de la sequia, por ello, era costumbre que el 15 de enero de cada
año se tomara como fecha límite para que la gente recogiera sus últimos frutos,
pues inmediatamente se abrían los portillos y cercados y en medio de gritos,
cánticos y silbidos dejaban que el ganado bajara del páramo como una tromba
entre bramidos, relinchos y apareamientos a pastar en los barbechos donde se
había cosechado. Aquellos que sembraban tarde o tenían algún cultivo con un
ciclo más largo debían recogerlo aun sin madurar, pues los animales arrasaban
con todo lo que encontraban a su paso y no había lugar a demandas porque esa
era ya una tradición.
Al respecto, dice Ramón
Vicente Casanova, al referirse a su pueblo natal de El Cobre, en el estado
Táchira: “Ligada a la mano vuelta estaba
la operación conocida con el nombre de la soltura. Ocurría que durante el
proceso de las cosechas del año (el frio de nuestros montes alargó siempre los
ciclos biológicos), el ganado horro y los toretes y becerros se llevaban a los
páramos para cultivar los potreros donde pastaban de ordinario. Arriba, desde
luego, padecían hambre y frío, cortado el trigo, desprendidas las mazorcas y
arrancadas las arvejas, los barbechos aparecían cubiertos de tréboles, borrajas
y otras yerbas que brindaban ricos alimentos, y para que el amilanado ganado se
hartara a sus anchas se aportillaban las cercas y se le daba entrada libre a
las fincas, sin atenerse a hierros o señales…” (En las Fronteras del
Viento. p. II. Editorial Venezolana, Mérida, 1985.).
Un mes o dos duraba la
liberación de los animales que reducía singularmente la exclusividad de la
tierra. Terminada, el alambre volvía a los botalones, y las corralejas
recobraban sus tranqueras para encerrar a las vacas lecheras y a los animales
de trabajo, los demás eran arriados nuevamente a las alturas e los páramos.
Como vemos, esta costumbre
era muy común, por lo menos en nuestros pueblos andinos, su origen puede remontarse a los primeros
españoles que llegaron a estas tierras. Aquí, en Pueblo Llano, los indígenas
siempre se quejaban por esta práctica que habían heredado los mestizos. Por
ejemplo, el 28
de febrero de 1865 envían una correspondencia al recién creado Distrito Pueblo
Llano donde los comisarios, indígenas y vecinos denuncian el abuso que se produce
cuando se recogen las cosechas de alverjas, trigo y maíz de los resguardos,
dicen que inmediatamente introducen en ellos vacas, toros, bestias, burros,
etc., y hacen grandes daños a los conucos de los más pobres que tienen
sembrados apios y otras raíces de un ciclo de cosecha más largo. Los perjudicados
piden que se evite esta práctica, que se obligue a los propietarios de animales
a que los lleven a pastar a los potreros que tiene el resguardo y que son
exclusivamente para cría.
A pesar de las
quejas, esta forma peculiar de pastoreo perduró en Pueblo Llano hasta muy
entrado el siglo XX, la misma fue disminuyendo con el aumento de los sembradíos y la introducción de nuevos
cultivos. Al pasar el tiempo, la cría de ganado, con excepción de los bueyes,
casi se ha extinguido en el Municipio.
Rafael
Ramón Santiago
Cronista
Oficial del Municipio Pueblo Llano
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