martes, 9 de octubre de 2018

Manifestaciones Colectivas


LA “SOLTURA” O  “LARGADA” DEL GANADO






           
Por estas latitudes andinas, el ciclo de las siembras comenzaba en marzo con la llegada de las primeras lluvias. La mayoría del ganado, una vez herrado, era llevado a pastar a los páramos para evitar que dañaran las sementeras.
Generalmente se hacían dos cosechas de papas al año, la segunda se denominaba de atravieso. Con el trigo, las arvejas y el maíz cuyos ciclos eran más largos solo daba tiempo para hacer una sola cosecha. Noviembre y diciembre eran tiempos para recoger los frutos, con la llegada del verano, en el mes de diciembre, los pastos comenzaban a marchitarse y los animales que deambulaban por los páramos comenzaban a sentir los rigores de la sequia, por ello, era costumbre que el 15 de enero de cada año se tomara como fecha límite para que la gente recogiera sus últimos frutos, pues inmediatamente se abrían los portillos y cercados y en medio de gritos, cánticos y silbidos dejaban que el ganado bajara del páramo como una tromba entre bramidos, relinchos y apareamientos a pastar en los barbechos donde se había cosechado. Aquellos que sembraban tarde o tenían algún cultivo con un ciclo más largo debían recogerlo aun sin madurar, pues los animales arrasaban con todo lo que encontraban a su paso y no había lugar a demandas porque esa era ya una tradición.
Al respecto, dice Ramón Vicente Casanova, al referirse a su pueblo natal de El Cobre, en el estado Táchira: “Ligada a la mano vuelta estaba la operación conocida con el nombre de la soltura. Ocurría que durante el proceso de las cosechas del año (el frio de nuestros montes alargó siempre los ciclos biológicos), el ganado horro y los toretes y becerros se llevaban a los páramos para cultivar los potreros donde pastaban de ordinario. Arriba, desde luego, padecían hambre y frío, cortado el trigo, desprendidas las mazorcas y arrancadas las arvejas, los barbechos aparecían cubiertos de tréboles, borrajas y otras yerbas que brindaban ricos alimentos, y para que el amilanado ganado se hartara a sus anchas se aportillaban las cercas y se le daba entrada libre a las fincas, sin atenerse a hierros o señales…” (En las Fronteras del Viento. p. II. Editorial Venezolana, Mérida, 1985.).
Un mes o dos duraba la liberación de los animales que reducía singularmente la exclusividad de la tierra. Terminada, el alambre volvía a los botalones, y las corralejas recobraban sus tranqueras para encerrar a las vacas lecheras y a los animales de trabajo, los demás eran arriados nuevamente a las alturas e los páramos.
Como vemos, esta costumbre era muy común, por lo menos en nuestros pueblos andinos,  su origen puede remontarse a los primeros españoles que llegaron a estas tierras. Aquí, en Pueblo Llano, los indígenas siempre se quejaban por esta práctica que habían heredado los mestizos. Por ejemplo,  el 28 de febrero de 1865 envían una correspondencia al recién creado Distrito Pueblo Llano donde los comisarios, indígenas y vecinos denuncian el abuso que se produce cuando se recogen las cosechas de alverjas, trigo y maíz de los resguardos, dicen que inmediatamente introducen en ellos vacas, toros, bestias, burros, etc., y hacen grandes daños a los conucos de los más pobres que tienen sembrados apios y otras raíces de un ciclo de cosecha más largo. Los perjudicados piden que se evite esta práctica, que se obligue a los propietarios de animales a que los lleven a pastar a los potreros que tiene el resguardo y que son exclusivamente para cría.
A pesar de las quejas, esta forma peculiar de pastoreo perduró en Pueblo Llano hasta muy entrado el siglo XX, la misma fue disminuyendo con el aumento de  los sembradíos y la introducción de nuevos cultivos. Al pasar el tiempo, la cría de ganado, con excepción de los bueyes, casi se ha extinguido en el Municipio.  

Rafael Ramón Santiago
Cronista Oficial del Municipio Pueblo Llano

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