EL CORDON DE MUERTO
En la iconografía religiosa, algunos
santos se muestran con su traje talar y un cordón ceñido a la cintura, provisto
de varios nudos, que como el de San Francisco, representan los votos de
pobreza, castidad y obediencia. Así, la pobreza evita el estar esclavizados al dinero,
teniendo solo como riqueza a Dios; la obediencia es la libertad para seguir la
voluntad del Padre; y la castidad se entiende como el medio para no centrar el
amor en una persona, sino en todas.
La utilización del cordón por San
Francisco era una muestra fehaciente de su opción por llevar una vida austera,
pues en su época el cinturón representaba una prenda esencial en la vestimenta
medieval, porque ésta carecía de bolsillos. Los cinturones disponían de una
serie de hebillas que servían para transportar cosas; desde las bolsas a los
mercaderes, hasta los sellos y las plumas a los notarios. Era una prenda que
aparte de ser funcional, daba estatus y seguridad, era el reflejo de aquella
sociedad de principios del siglo XIII, en la que el comercio con oriente, fruto
de las cruzadas, le había dado un valor al dinero que hasta entonces no había
tenido. Es por ello que el gesto de Francisco al despojarse de su cinturón de cuero
y colocarse una cuerda en la cintura representaba una señal muy significativa,
teniendo en cuenta que los hombres de aquella época estaban tan sumergidos en
sus negocios que no tenían tiempo para Dios. Por tanto, con esta actitud,
Francisco depositaba su confianza en el Señor y eso le hacía libre para
seguirle, por lo que su viejo cinturón no era más que un impedimento, un
utensilio que amarraba a los hombres de su época a sus negocios y ganancias, de
ahí que el cordón franciscano es, en definitiva, un símbolo de la pobreza
evangélica y del seguimiento a Jesús sin condiciones.
Ahora bien, la costumbre de vestir a los
difuntos con mortaja y ceñirles el cordón de hilo también se remonta a varios
siglos atrás, posiblemente así eran amortajados los frailes de la Orden de San
Francisco al momento de ser sepultados; posteriormente, a manera de imitación,
algunos laicos pedían a sus familiares ser enterrados con esta indumentaria en
señal de pobreza, considerando que con tal condición el tránsito por el
purgatorio era más corto y menos escabroso. Con el tiempo la costumbre se
generalizó y el cordón pasó a ser casi obligatorio cuando se preparaba al
finado para su embalsamamiento, ya fuese hombre o mujer.
Tal cuerda la hemos venido conociendo en
esta parte de los Andes venezolanos con el nombre de “cordón de muerto” y en
torno al mismo se ha creado un conjunto de creencias que trataremos de
describir a nivel local.
En Pueblo Llano, el arte de tejer “el
cordón de muerto” para ceñirlo a la cintura del cadáver que yace en el ataúd,
es costumbre muy antigua. Son pocos los que se han dedicado a este oficio
porque generalmente las personas que los fabrican no acostumbran cobrar por la
prenda elaborada.
Hermes de Jesús Santiago Santiago, nuestro
informante, nos dice que él aprendió el oficio de los señores Salomón Salcedo y
Telésforo Zerpa, integrantes de la Locaina del Niño Jesús, quienes además del “cordón”
le enseñaron a tejer “la mecha” para prender la pólvora que dispara el rifle
utilizado en “el juego”, el primero de enero de cada año. El primero cordón que
tejió Hermes lo hizo cuando contaba con 17 años.
Con respecto a su elaboración manifiesta
que utiliza hilo denominado pabilo, de color blanco, del mayor diámetro posible,
luego corta siete pares de hebras de siete varas de largo cada una; las puntas
de uno de los extremos las fija en un clavo ubicado en un pilar del corredor de
la casa y las del otro extremo las va tejiendo hasta formar una más gruesa; la
dobla por la mitad, sigue tejiendo hasta obtener el diámetro del cordón deseado.
Luego, utiliza el dedo gordo de uno de sus pies para hacer nueve nudos; cada
nudo, al apretarlo, toma la forma de una cruz y a medida que los hace reza un
padrenuestro por el alma del difunto.
Una vez que el cordón está listo, con los
nueve nudos indicados, se hace un corte entre el nudo siete y el ocho, se le
coloca al finado o finada, alrededor de su cintura, la parte que contiene los
siete nudos, y el trozo con los dos nudos restantes, que se denomina “la cabeza”,
se retira antes de cerrar la urna. El artesano entrega el trozo o “cabeza” a
uno de los familiares más cercanos.
El señor Hermes nos dice que para las
mujeres no se teje el cordón, van las hebras sueltas con sus respectivos nudos,
para los hombres sí va bien tejido, tal como se ha indicado.
El trozo que ha quedado sirve como un
recuerdo del familiar fallecido, pero también tiene otras utilidades muy
particulares, pues existe la creencia que junto al trozo del cordón está
presente el alma del finado que queda como un guardián en la tierra, vigilando
las pertenencias de sus familiares. Mucha gente lo utiliza como amuleto para
que el alma del difunto les cuide la casa, un vehículo, una motocicleta o para
atajar a la persona que intente pasar por un lugar determinado: un terreno, un
camino o cualquier otro sitio no permitido por el familiar del difunto. Con
respecto a los “cordones” más efectivos, nos dice que son aquellos tejidos para
los difuntos que se han quitado la vida, como los ahorcados, pues, como ellos
van a estar más tiempo en el purgatorio también tendrán más tiempo para cuidar
las pertenecías de sus familiares o amigos en el mundo que dejan.
El informante apunta también que en el
pueblo había varias personas que sabían tejer dicho cordón, además de los antes
nombrados, estaban los señores Pedro Meza, Pedro Volcanes y la señora Aura
Quintero.
Como ya se afirmó, la costumbre que había
era de colocarlo a todos los finados y por eso era necesario estar prevenido,
razón por la cual, mucha gente mandaba a hacer su mortaja y tejer su cordón con
anticipación.
Apuntamos también que, generalmente no se acostumbra cobrar por dicho trabajo, los deudos pagan el importe del hilo y colaboran con el artesano en la medida de sus posibilidades
Rafael Ramón Santiago.
Cronista Oficial del Municipio
Pueblo Llano.
Informante:
Hermes de Jesús Santiago Santiago, 68 años, Pueblo Llano, 25 de diciembre de
2015.
Fotografías,
cortesía del Licenciado Jorge Luis Paredes Arias.
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