Agricultura y gastronomía
prehispánica local
EL JUQUIÁN
El Juquián es
una planta de origen prehispánico, conocida por múltiples nombres, con
infinidad de aplicaciones y utilidades, pero que, con el transcurrir de los
años, se ha venido a menos y solo la podemos ver en algunos jardines exhibiendo
sus bellas flores rojas, amarillas y de otros vivos colores.
Al Juquián,
al igual que la papa, la cúrcuma y muchas otras raíces y plantas, los
arqueólogos ubican sus orígenes en el actual Perú, pues se ha encontrado que,
por ejemplo, en Caral, la primera civilización de América, fue utilizado desde
hace 5.000 años como parte de su dieta, así como su uso medicinal por las
capacidad diurética, antiséptica, analgésica y cicatrizante1. De
igual manera los chibchas, en el actual territorio colombiano, también lo
utilizaban para su alimentación.
Debido a
su condición favorable para crecer en diferentes lugares y pisos altitudinales
que van desde el nivel del mar hasta los 2.700 msnm, el juquián ha
recibido diferentes nombres, entre ellos caña del Perú, caña de las Indias, baranda
de México, caña de Cuestas, flor del cangrejo, achira, platanito rojo, yerba
del rosario y Canna indica que es su nombre científico. El botánico
Carlos Linneo clasificó esta planta en 1753 de la siguiente manera: Reino: Plantae,
División: Angiospermae, Clase: Liliopsida, Subclase: Zingiberidae,
Orden: Zingiberales, Familia: Cannaceae, Género: Canna,
Especie: C. indica.
En lugares
relativamente cercanos a Pueblo Llano como el municipio Boconó, del estado
Trujillo, también recibe el nombre de sigüire. Al respecto, la
Licenciado Lourdes Dubuc de Isea, cronista del referido municipio, escribe: “Juquean.
Planta de tubérculos comestibles, de sabor dulzón. Se le denomina más
comúnmente sigüire”2. En la ciudad de Mérida y otros lugares
también se conoce como capacho.
Por su
parte, el Dr. Julio César Salas, refiriéndose al nombre de la misma planta,
apunta: “Capacho. Canna edulis. Lairen en el Centro y Oriente de Venezuela,
Liren en taino, capacho y juquián nombres indígenas dados a esta planta por los
mucus y otras tribus de los Andes”3. “…juquián de raíz rica
en harina que crece silvestre en Mérida y cuyas duras semillas eran la sonaja
de las maracas indígenas. El nombre juquián dado por los indios de la
Cordillera a estas semillas y planta tiene estrecha relación con el de
joriquián dado por los cumanagotos a su espíritu malo o demonio, que invocaban
unos y otros aborígenes agitando las maracas, instrumento ritual en sus
ceremonias religiosas, civiles y guerreras, de uso tan general en el Nuevo
Mundo…”4.
El mismo
Salas apunta que en la tribu de los Mucuñoques había un sitio que en
nombre antiguo se denominaba Mucusuquián y en nombre moderno o actual,
para la época de la investigación, recibía el nombre de Mujuquián5,
lo que supone que era un lugar donde proliferaban las matas de juquián.
En 1619,
el escribano Rodrigo Zapata, por mandato del Visitador Alonso Vásquez de
Cisneros, al hacer la descripción de El Esfafiche, sitio del actual
municipio Cardenal Quintero del estado Mérida, donde se proponía fundar un
pueblo con la agregación de varias encomiendas, escribía: “porque dicho
valle es todo casi un temple, una jente y lengua todos presentes y que todos
gozan de unos frutos… todo el año y es para ellos de mucha importancia porque
es comida muy sustancial y la bebida ordinaria que todo el año beben y tienen
otras rayses que llaman juquianes que gosan todo el año y tienen nabos de la
tierra muchos frisoles con mucha abundancia…”6.
En la
segunda mitad del siglo XIX el presbítero Monseñor Jesús Manuel Jáuregui Moreno
escribe que se producía en Pueblo Llano “trigo, papas, maíz, arvejas,
frijoles de toda especie, habas, apios, juquianes, sapayos, churíes, lechuga,
col, cebollas, ajos, culantro, patatas, uvas, cebada, todo en poca cantidad y
tanto que des estas últimas plantas, solo hay para semillas”7.
El Juquián o el nombre que se la da en
los diferentes lugares, es una planta herbácea perenne, de rizoma carnoso y
ramificado de hasta 60 cm de largo que se dividen en segmentos bulbosos y
cubiertos en dos filas por hojas. La superficie del rizoma está labrada por
surcos transversales, que marcan la base de escamas que la cubren; de la parte
inferior salen raicillas blancas y del ápice, donde hay numerosas yemas, brotan
las hojas, el vástago floral y los tallos. Los tallos aéreos pueden alcanzar
1-3 m de altura y forman una macolla compacta, estando envueltos por las vainas
de las hojas. Las hojas son anchas, de color verde o verde violáceo, con
pecíolos cortos y láminas elípticas, que pueden medir de 30 a 60 cm de
largo y 10 a 25 cm de ancho, con la base obtusa o estrechamente cuneada y el
ápice es cortamente acuminado o agudo. La nervadura central es prominente y de
ella se derivan las laterales. Inflorescencia en racimo terminal con 6-20
cincinos de 1-2 flores8.
Las semillas del Juquián, que son muy duras, como se acaba de
indicar, generalmente han sido utilizadas para introducirlas en un vegetal
denominado totumo con el que se suele construir las maracas, objetos musicales que
emiten un sonido característico al agitarlas y forman parte de los instrumentos
típicos de la música venezolana, de ahí que, en muchos lugares también se
denominan a las maracas capachos, para hacer referencia al nombre de la
mata que produce tales semillas. Por otro lado, en el estado Táchira hay dos
pueblos que llevan los nombres de Capacho Viejo y Capacho Nuevo, nos
atreveríamos a suponer que este apelativo se debió a la proliferación de esta
planta en aquellos lugares.
Ya se
expuso al comienzo el uso alimenticio y medicinal que se le ha venido dando a
la planta en referencia durante siglos, a continuación, vamos a hablar sobre otros
usos particulares de la misma en las diferentes partes de los Andes merideños y
particularmente en Pueblo Llano, Las Piedras y Santo Domingo. El principal de
ellos era la utilización de la raicilla o tubérculo para preparar una bebida
reconfortante y alimenticia denominada Sagú.
Don Mario de Jesús
Santiago Valero, oriundo de Pueblo Llano, nos describe el procedimiento que se
hacía para extraer la harina del Juquián en su hogar: “Para la década
de los años treinta del siglo XX recuerdo que el Juquián era una planta que
figuraba en casi la totalidad de los camellones y cultivos de mata de cocina de
nuestros hogares. Es una planta de hojas grandes, usadas para envolver la
mantequilla, y para muy pocos otros menesteres, de tallos blandos, con solo
hojas por ramas y raíces en forma de tubérculos alargados, pero relativamente
cortos y delgados, uno por cada tallo, se reproducían por si sola cada año y a
medida que los tallos maduraban para secarse, se los arrancaban y se desprendía
su raíz, se dejaba unos días al aire y luego se pelaba y se rallaba o se
licuaba. Enseguida se exprimía hasta extraer todo el jugo. Se dejaba secar y
luego se molía hasta convertir todo en polvo, su color era blanco. A la hora de
hacer el atol mezclaban el polvo con leche, panela raspada y algo de agua. Se
procuraba finalmente que le delicioso producto alcanzara para toda la familia.
sin embargo, era un alimento que por naturaleza se consumía muy pocas veces al
año. Tampoco era una planta que se cultivaba en todas partes, pero si era de
los mejores, sino el mejor, potaje de aquellos tiempos”9. El
atol o sagú, como ya vimos, era una bebida muy apetecible por estas tierras,
tal como lo expresa el entrevistado, favorita de niños y ancianos, preferiblemente
en horas de la noche.
Referente al consumo
de sagú en el vecino pueblo de Las Piedras, el escritor Pedro José Paredes
escribía: “Hasta mediados del siglo XX todo se confabulaba en contra del
piedreño miedoso, de esas personas que se asustan con la simple caída de una
hoja en la oscuridad: la falta de la luz eléctrica en las horas más avanzadas
de la noche, ya que solo la había desde la seis de la tarde hasta las diez de
la noche, y la otra razón por la que el piedreño sentía miedo era el largo
rosario de cuentos de espantos que en la noche afloraban para entretenerse un
rato o subir la adrenalina del suspenso, mientras que el relata-cuentos y sus
oyentes saboreaban un aromático cacao, un exquisito chimbamboy, un buen “rolo”
o un rico sagú de juquián…”10.
Para los
años en que los anteriores informantes nos relatan sus anécdotas ya el consumo
de la harina que se obtenía de la raíz del Juquián había entrado en
decadencia y se consideraba como de inferior calidad comparada con la harina de
trigo. Un rapsoda anónimo, que al parecer comparaba la prosperidad de las
poblaciones locales por el pan que allí se hacía y consumía, dejó un verso para
la posteridad, repetido a través de generaciones, donde los pobladores del
vecino pueblo de Santo Domingo quedaba muy mal parado, como observamos a
continuación:
“En Timotes buena harina
En Pueblo Llano buen pan
En Las Piedras acemita
Y en Santo Domingo Juquián”11.
No
podemos dejar de escribir nuestra experiencia personal con respecto a la
ninguneada planta, aparte del prodigio de sus raíces se tomaban las hojas para
envolver productos caseros derivados de la leche como mantequilla, quesos, cuajadas
y, a falta de hojas de plátano o cambur, las famosas hallacas en el mes de
diciembre, además de utilizar sus brillantes flores para engalanar la cruz de
mayo.
Auguramos que, en el mediano plazo, la mata de Juquián o Canna edulis sea reivindicada por cocineros y botánicos de todo el mundo, tal como ha sucedido con la quinoa y otros productos de origen prehispánico, pueda ser que vuelva a surgir como el ave fénix y pase a ocupar el sitial de importancia que siempre le dieron nuestros antepasados en su momento.
Rafael Ramón Santiago
Cronista oficial del municipio Pueblo Llano.
(30/09/25)
Notas:
(1) https://es.wikipedia.org ›
wiki › Canna_indica.
(2) Lourdes DUBUC DE ISEA. Romería por el Folklore Boconés.
Talleres Gráficos Universitarios. Mérida, 1966. p. 338.
(3) Julio César SALAS. De Re Indica. Órgano de la
Sociedad Venezolana de Americanistas. “Estudios Libres”, Antropología,
Etnología, Lingüística, Folklore, etc. Vol. I. Caracas, Venezuela, 28 de
octubre de 1918. Nº 2. p. 53.
(4) Julio César SALAS. Etnografía de Venezuela.
Colección “Temas y Autores Merideños”. Academia de Mérida, Ediciones del
Rectorado, Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela, 1997. pp. 105, 106.
(5) Julio César SALAS. Tierra-Firme (Venezuela y
Colombia). Estudios sobre Etnología e Historia. Universidad de Los Andes,
Facultad de Humanidades y Educación, Mérida, Venezuela, 1971. p. 153.
(6) Colección Los Andes. Archivo General de la Nación.
Traslados del Archivo General de Colombia. Ciudades de Venezuela. Tomo R 22.
Biblioteca Sala Febres Cordero, Mérida, Venezuela. p. 101.
(7) Jesús Manuel Jáuregui Moreno. Obras Completas.
Tomo I. Talleres de Editorial Futuro. San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 1999. p.
240.
(8) https://es.wikipedia.org › wiki › Canna_indica.
(9) Informante: Señor Mario de Jesús Santiago Valero. 95
años, vía WhatsApp, Caracas, 22 de julio de 2023.
(10) Pedro José PAREDES. Las Piedras a través del tiempo.
2º Edición. Producciones Editoriales C.A., Mérida, Venezuela. 2014. p. 252.
(11) Informante: María Olegaria Santiago de Montilla, 91 años,
Pueblo Llano, 28 de diciembre de 1997.
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