LA CHICHA, UN ELEMENTO DE
RESISTENCIA CULTURAL A TRAVES DEL TIEMPO.
La utilización de las
bebidas fermentadas para acompañar las comidas, para reponer fuerzas o como
elemento principal en las celebraciones, siempre ha estado presente en los
hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. Tal como lo expresa el
doctor Liborio Zerpa, citado por don Tulio Febres Cordero1, la
mayoría de los pueblos del globo han usado de alguna bebida fermentada; el
deseo de un estimulante orgánico ha creado esta necesidad artificial, que se ha
unido a la naturaleza de la alimentación y ha pasado luego a ser el enervante
obligado en todos los placeres y en todos los dolores.
Haciendo
un recorrido universal en la búsqueda de este tipo de bebida, el autor citado
nos indica que los japoneses usan el sake, que es una bebida preparada con
arroz diluido y fermentado; la leche hervida con cerveza es el posset de los
ingleses; el koumis, fabricado con el suero agrio y fermentado de la leche de
yegua, forma la bebida favorita de los Buskirs y de los pueblos normandos; los
de Europa central han tenido la vid para la fabricación del vino y los del
norte la cebada para elaborar la cerveza; los romanos le daban a la cerveza el nombre
de cerevicia, en honor de Ceres, diosa de los cereales.
Nuestros
indígenas americanos no se quedaron atrás en la preparación de bebidas
fermentadas, en México utilizaban el agave mexicanum, una sabia
azucarada que, evaporada al fuego, produce miel. Ya Humboldt observaba el gran
comercio que se generaba en esa región con la bebida popular denominada pulque.
La
presencia del maíz en América ha venido formando parte principal de la dieta
diaria y son muchas las formas y manera de consumirlo, no quedando fuera el
líquido fermentado “…por germinación o tostamento, el almidón del maíz en
azúcar, para preparar la bebida que en general los españoles denominaron chicha”2.
Sobre el
origen de la palabra chicha no hay un acuerdo general entre los estudiosos, el
autor que venimos citando expresa que “en el idioma chibcha de los pueblos
de la Sabana de Bogotá, hay muchas voces cuya terminación y aún radicales son
las sílabas cha-chi: como también que suprimida la b de la palabra chibcha, que
significa hombre, queda chicha, nombre de la bebida”3.
Don
Tulio Febres Cordero nos da su aporte sobre el tema al afirmar que “en
varios dialectos hablados por los indios de los Andes venezolanos, se
encuentran voces semejantes. Sirvan de ejemplo las siguientes, del dialecto de
los indios de El Morro, circunscripción de Mérida, Chikabó, candela (lumbre);
chapik, sal; chikibuk, dulce (azúcar), y chijsak, maíz” 4.
Sobre la
utilización de la chicha ya comentaban los primeros cronistas como Fray Pedro
de Aguado, al respecto manifiesta que en 1558, cuando Juan Rodríguez Suárez
pasó por el valle de La Grita, rumbo a las Sierras Nevadas, los indígenas que
por allí vivían, viendo que se acercaban los españoles “le pusieron en un
camino que apartado de ella (su
población) atravesaba adelante por la loma que ahora se sigue para Mérida, por
donde forzosamente habían de pasar los nuestros, muchas y muy grandes múcuras o
cántaros de chicha y maíz y otras comidas de que ellos usan, y con esto se
volvieron a sus pueblos, y lo más cercano, desde donde estaban a la mira, dando
de continuo voces”5. No sabemos si aquel primer obsequio, de que
se tenga noticas, de los indígenas de estas zonas era por cortesía o temor,
pero fue muy poco agradecido, pues los europeos entraron a su pueblo a sangre y
fuego.
El
consumo de chicha durante la época colonial generó un conjunto de problemas a
la Corona española y a sus representantes en América por diferentes motivos.
Sobre este particular, el historiador Roger Pita Pico ha escrito un excelente
trabajo sobre la ingesta del líquido en la Nueva Granada, actual Colombia,
específicamente en la parte nororiental del país, durante el siglo XVIII6.
Nos comenta que la
tradición indígena del consumo de chicha ya estaba muy arraigado para el
momento de la llegada de los conquistadores, así lo apuntaba el Padre Capuchino
Joaquín de Finestrad en 1783 “tienen por bebida la chicha, que es el licor
usual entre todos, compuesta de una masa de maíz de una porción adecuada de
masato o panela o miel de caña dulce, cuyos ingredientes mezclados y
confundidos entre sí con el agua correspondiente, se formaban en unas vasijas
que llaman múcuras y a pocos días se prepara una bebida fuerte, corroborativa y
muy acomodada al gusto, la cual equivale en estos naturales al vino de la
Europa”7.
Aunque no había un
solo tipo de chicha, “su forma de preparación variaba de acuerdo al clima,
al periodo del año y al propósito de su uso, razón por la cual, las crónicas
hacían alusión a la existencia de distintos tipos de chicha”8.
La mayoría de las
veces, gran parte de la chicha elaborada era utilizada como complemento de la
alimentación diaria, pues consideraban que servía para darle algún vigor y
fortaleza al cuerpo, para reparar las fuerzas a los indígenas durante sus
agotadores trabajos debido al “fallecimiento y debilidad que les causa el
sudor continuo y copioso cuando están en los trabajos, lo que no conseguirán
tomando el agua pura”9.
La proliferación de
los establecimientos para el consumo de chicha no era bien visto por las
autoridades reales, según el trabajo que venimos citando, pues cuando se
alargaba el proceso de fermentación la chicha se convertía en una bebida embriagante,
muy utilizada por los indígenas para sus celebraciones, por lo tanto, fue
objeto de prohibiciones por parte de la Corona y la Iglesia, quienes observaban
que los naturales no rendían igual en el trabajo, se producían con frecuencia
reyertas o peleas y dejaban de asistir a misa los domingos y algunas veces lo
hacían en estado de embriaguez dando un espectáculo muy desagradable dentro del
templo.
Concluye el autor su
trabajo manifestando que la chicha se convirtió en uno de los mayores
mecanismos de resistencia cultural, cuya influencia fue suficientemente
demostrada a todo lo largo del periodo en que España mantuvo su poder político
en estos territorios, la bebida ayudó a propiciar el mestizaje, pues las
chicherías eran sitios de socialización los días de mercado y de fiestas
religiosas, de ahí que, la Corona nunca se atrevió a decretar una prohibición
perpetua, pues era la salvación para las familias humildes que sobrevivían a
expensas de los réditos que les dejaba ese negocio.
El consumo de chicha
continuó durante el periodo republicano en Colombia, el cual fue motivo de
estudio, como lo expresaba don Tulio Febres Cordero en 1889, por dos
distinguidos profesionales en el tema, quienes publicaron sendos tratados:
“Estudio químico, patológico e higiénico de la chicha, bebida popular en
Colombia” escrito por el doctor Liborio Zerpa y “El Chichismo”, estudio
general, clínico y patológico de los efectos de uso y abuso de la chicha en la
clase obrera de la ciudad de Bogotá”, del doctor Josué Gómez.
Para finales del
siglo XIX, don Tulio Febres Cordero aseveraba que en nuestra zona no se
presentaban aquellos problemas serios que ocurrían con el consumo de chicha en
Colombia, pues al respecto decía que “nuestra chicha difiere mucho de la de
Colombia. Aquí es simplemente un alimento, una bebida agradable e inofensiva,
que ni tomada con exceso llegaría a producir la embriaguez, porque no tiene
condiciones para ello. Aquí se prepara en menos de tres días, empleando
procedimientos muy sencillos que están al alcance de las familias más pobres,
mientras en Bogotá, por lo que vemos, se gastan más de veinte días en preparar
la chicha de flor, o de primera clase, siendo la fabricación negocio que
requiere aparatos especiales y operaciones tan diversas como tardías. Nuestra
chicha robustece y no embriaga; es un “chorro de vida” capaz de mover por sí
solo toda la máquina del humano organismo. El mal del chichismo no se conoce
entre nosotros”10.
Otro destacado historiador
de la época, el doctor Julio César Salas, también escribe sobre la forma de
elaborar la chicha en esta zona andina merideña, “…unos indios fermentaban
previamente el maíz metiéndolo en tierra hasta empezar la germinación, después
lo molían y preparaban con él la bebida que nos ocupa; cocíanlo otros
previamente y reducido a pasta entre dos piedras formaban con agua un líquido
espeso que dejaban fermentar; por último los Jajíes y Mucuñoques hacían que las
indias mascasen los granos destinados a la fermentación”11. Por
su parte, “los indios Mucus y Cuicas sembraban varias clases de maíz en
cuanto al color, blanco, amarillo, rosado y aún violeta obscuro y casi negro,
favorito de las tribus Timotes de Santo Domingo y Pueblo Llano, llamado maíz cariaco,
que todavía siembran en los Andes…” 12.
Enfocando ahora el
tema sobre el municipio Pueblo Llano del estado Mérida, podemos dar testimonio
de varios eventos donde se utilizaba la chicha y por otro lado he logrado
recoger información oral que complementan las vivencias personales.
En cuanto a la
elaboración de la misma no hay gran diferencia a las narraciones antes citadas:
el maíz preferido era el llamado “maíz negro” o violeta oscuro, porque según la
creencia local producía una chicha más sabrosa. Se desgranaba la mazorca, se
molía entre dos piedras, una grande a manera de metate y otra pequeña de forma
ovoidal, que se tomaba con una mano y con ella se trituraban y molían los
granos, esta segunda piedra recibía el nombre de “mano”. Luego la masa se echaba
en un recipiente con agua y panela, se tapaba y se esperaba su fermentación. Los
envases utilizados para la efervescencia han variado, llegamos a conocer el
tatuco o taparo que, según el informante Hermes de Jesús Santiago, se sacaba de
una especie de auyama grande, parecida a un churí que se reproduce en el
piedemonte barinés, en un lugar denominado La Valentina, arriba de El Castillo,
situado en la carretera La Mitisús-Barinitas. Esperaban que el fruto estuviera
completamente maduro, luego a través de un agujero le sacaban la pulpa, lo
llenaban con agua para “curarlo” hasta que lograban que formara una concha dura13.
Por otra parte, yo
llegué conocer ollas de arcilla con sus respectivas tapas utilizadas con el
mismo fin y también los barriles de madera, donde venía el vino, con un
propósito similar. Algunos barriles de madera también eran fabricados por
artesanos de la localidad, entre ellos el señor Pedro García.
La chicha estaba
presente en cualquier evento de la comunidad, cuando había una siembra o
recolecta de cualquier rubro local se llevaba en garrafas a los barbechos para
ser consumida por los obreros. En los velorios de difuntos, de angelitos o
santos, era común brindar a los invitados con este preciado líquido, logramos observar
que también se repartía en algunas paraduras de Niño, donde, además del vino,
la mantecada y el cigarrillo, obsequiaban un buen vaso de chicha a los
asistentes.
Nos contaba el señor
Manuel Santiago Díaz, otro informante, que él pudo observar durante la primera mitad
del siglo XX que, cuando había un disgusto entre vecinos, por cuestiones
políticas, donde unos eran partidarios de los godos o ponchos y otros de
los liberales o lagartijos, la autoridad local los llamaba a la
reconciliación; la enemistad terminaba cuando los querellantes aceptaban
degustar una rica chicha bebiendo ambos de la misma totuma14.
Un informante más,
don José de La Cruz Alarcón, nos contaba que en la última semana del mes de
diciembre, denominada “semana de locos”, se preparaba en los hogares
(denominados ranchos o cuarteles) donde llegaba de visita la agrupación
folklórica denominada Locaina del Niño Jesús, varias clases de chicha
dependiendo del espesor de la harina molida; la elaborada con la harina más fina era
obsequiada a los denominados “locos”, miembros del grupo citado, y con una
harina menos tratada se preparaba un líquido de menor calidad para los
acompañantes o “mirones”15.
Corroborando lo que
afirmaba don Tulio a finales del siglo XIX, la chicha que se consumía en Pueblo
Llano, y todavía se consume, no es embriagante, nunca vimos a nadie ofuscado
por su ingesta, solo se consume como una bebida para celebrar, para estrechar
aún más los lazos de amistad, familiaridad y reafirmar un legado ancestral que
afianza el sentido de pertenencia. Las embriagueces más bien eran causadas por
el consumo de aguardiente, que es un tema que se tratará en su debido momento.
Finalizamos indicando
que la mayoría de la chicha de nuestro pueblo era elaborada en las viviendas, pues
no conocimos ninguna chicherías con las características que se mencionan en los
estudios realizados en Colombia, solo conocimos en la década de los años sesenta
del siglo XX una venta de chicha y empanadas, además de otros artículos, en la
pulpería de la señora Concepción (Concha) Jerez de Santiago, en la avenida
Bolívar, entre calles Carabobo y Bella Vista, frente a donde hoy se encuentra
un bulevar. De igual manera, al lado de la plaza Bolívar, por la avenida del
mismo nombre, también recordamos otra venta de bebida fermentada, en la bodega
de Mano Amador, se trataba de un guarapo fuerte, elaborado con conchas de piña,
pero este también será tema para otro escrito.
Rafael
Ramón Santiago
Cronista
Oficial del Municipio Pueblo Llano.
Notas:
(1) Tulio FEBRES CORDERO. El Lápiz. Coeditado por la
Gobernación del estado Mérida, Sala Tulio Febres Cordero y el Consejo de
Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela, 1985. p. 65.
(2) Ibidem. p. 66.
(3) Ídem.
(4) Ídem.
(5) Fray Pedro de AGUADO. Recopilación Historial de
Venezuela. Tomo II. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia Nº
63. Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela. Caracas, Venezuela. p. 392.
(6) Roger PITA PICO. Sustento, placer y pecado: la
represión en torno a la producción y el consumo de chicha en el nororiente
neogranadino, siglo XVIII. Anuario de Historia Regional y de las Fronteras,
Volumen 17-2. Disponible en internet.
(7) Ibidem. p. 150.
(8) Ibidem. p. 144.
(9) Ibidem. p. 166.
(10)
Tulio FEBRES
CORDERO. El Lápiz. Op. Cit. p. 66.
(11)
Julio
César SALAS. Tierra Firme (Venezuela y Colombia). Estudio Sobre Etnología e
Historia. Universidad de Los Andes, Facultad de Humanidades y Educación.
Mérida, Venezuela. 1971. p. 52.
(12)
Julio
César SALAS. Etnografía de Venezuela. Mérida, Venezuela, 1956. 107.
(13)
Informante:
Hermes de Jesús Santiago Santiago, 74 años, Pueblo Llano, 12 de abril de 2022.
(14)
Informante:
Manuel Santiago Díaz, 80 años, Pueblo Llano 12 de diciembre de 1978.
(15)
Informante:
José de La Cruz Alarcón Rondón, 57 años, Pueblo Llano, 14 de abril de 1978.